La ciudad de Mandalay, en el corazón de Birmania, se encuentra sumida en la desesperación tras un devastador terremoto de magnitud 7,7 que sacudió la región el pasado viernes. El sismo, uno de los más violentos en décadas, provocó el derrumbe de un edificio religioso, atrapando a decenas de monjes budistas bajo los escombros.

Entre la devastación, el rostro apagado de un monje budista emerge de entre los restos del monasterio, mientras familiares desesperados rezan por la esperanza de encontrar sobrevivientes. Kyaw Swe, un campesino de 59 años, busca a su hijo Seikta, un monje de 40 años, desaparecido tras el derrumbe. «Espero que esté vivo», dice con angustia, mientras su madre se encuentra desconsolada. «Si llegó la hora de morir, entonces es imposible evitar la muerte», añade con resignación.

Al menos 180 monjes se encontraban realizando un examen cuando el terremoto sacudió el edificio, provocando su colapso parcial. Algunos lograron escapar, pero muchos otros quedaron atrapados bajo los escombros. El número exacto de monjes desaparecidos aún se desconoce, pero se estima que podría superar la decena.

Los equipos de rescate trabajan incansablemente entre los montículos de escombros, con la esperanza de encontrar sobrevivientes. Hasta el momento, han logrado rescatar a 21 monjes con vida y recuperar los cuerpos de 13 víctimas. La ciudad de Mandalay se ha convertido en un escenario de dolor y esperanza, mientras los rescatistas continúan su labor en medio de la devastación.

El terremoto, que ha dejado al menos 1.700 muertos en todo el país, ha agravado la ya precaria situación de Birmania, inmersa en un conflicto civil que ha diezmado su sistema de salud. La comunidad internacional ha comenzado a movilizar ayuda humanitaria para apoyar a las víctimas y contribuir a los esfuerzos de rescate y reconstrucción.