El Reino Unido enfrenta un aumento alarmante de disturbios y violencia antiinmigrante, desafiando al nuevo Gobierno con los peores desórdenes en más de una década. La situación se intensificó el lunes por la noche en Plymouth, donde agentes de policía resultaron heridos tras una violenta protesta en la ciudad costera del suroeste de Inglaterra.

La violencia se desató después de que agitadores de extrema derecha incendiaran hoteles que albergaban a solicitantes de asilo durante el fin de semana en dos ciudades, dejando a los residentes aterrorizados y atrapados. En otras ciudades, los manifestantes dañaron edificios públicos, arrojaron objetos a la policía y destruyeron vehículos.

Las protestas comenzaron a finales del mes pasado, exacerbadas por una campaña de desinformación antiinmigración relacionada con un ataque con arma blanca en Southport, que resultó en la muerte de tres menores.

El primer ministro Keir Starmer, quien asumió el cargo hace un mes tras la victoria del Partido Laborista sobre los conservadores, presidió su primera sesión COBRA el lunes por la mañana para abordar la crisis. Starmer calificó los disturbios como «matonismo organizado y violento» y afirmó que no tienen cabida en las calles ni en internet.

Esta crisis representa el primer gran desafío para Starmer, y sus acciones serán observadas de cerca tanto por legisladores como por la opinión pública.